12 de junio de 2022

Jack Sparrow y las digestiones lentas

Cuando uno piensa en un ágape con consecuencias nefastas hasta límites necrológicos, es inevitable revisitar las bacanales romanas y su abanderado mayor, el pecado capital de la gula. 

Quizás la historia de la humanidad aún nos reserve otros ejemplos los cuales, sin embargo, serían igual de desagradables y ello, a priori, sin duda convertiría el hipotético reto arqueológico en una empresa de despropòsitos y mala suerte sin fin.

Gracias, pues, a la transparencia de Roma con sus desagradables intimidades pasadas hoy no necesitamos saber mucho más acerca de nuestro pasado festivo-culinario. Habrá quien quiera ver en las intolerancias alimentarias actuales la necesaria consecuencia de nuestros antiguos excesos; está bien, si a eso vamos. Genética no perdona. Herencia siempre se cobra un impuesto. 

Jalea Pacta Fest.

Si el ser humano tuviese la capacidad de digerir su alimento durante un milenio exacto, es muy posible que nuestra civilización se escribiese a golpe de reluctancias. Nuestra vida ya no sería completamente nuestra, tendríamos que acostumbrarnos a conversar con nuestra ingesta y ésta formaría parte de nuestro destino. Llorariamos al dejar de escuchar ciertos sonidos en nuestro estómago, prueba irrefutable de que la digestión se completó y mil años pasaron ya. Lo nuestro seria el colmo de la filosofía. Qué fue primero, ¿el alimento o el estómago?

Pero... ¿qué terrible destino aguardaría a nuestras víctimas? ¿Sabrían ellas que sus pensamientos y experiencias nunca serían ignorados por su fatal verdugo? ¿Sabrían ellas que sus vidas ya nunca tendrían otro propósito que el de arribar al puerto del milenio, la playa de la longevidad gamberra, la orilla de la quasi-inmortalidad? 

Sarlacc, ¿quo vadis? ¡Deja a Jack Sparrow en paz!




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