Entonces, y lo recuerdo como si fuese hoy, acompañaban mi pedaleo los prístinos gorjeos de mi voz aún muy blanca, tarareando ese tema en un grado de volumen bastante consciente de saberse slejado de todo ser viviente crítico (los otros que se jodan). Habría pajarillos y liebres, digo yo. Y alguna rana. Pobrecillos.
Hasta entonces solamente me había maquillado por carnavalescos motivos y esa circunstancia convertía la letra de la canción en un desfile de diversidad cromática, en la televisión de mi mente.
Entonces la secuencia iba más o menos así:
No me mires nome nome nome....
(Una mujer payaso a medio maquillar)
Queaun no me peinadoa la moda da da
(Una cantante punk con una cresta enorme)
Y continuaba así mi "kinder freak show" particular, porque cantar en un volumen muy alto es ya, de por sí, una invitación al desasosiego evocativo. Lástima que el Jocker no se había presentado aún en mi vida. Yo siempre he sido más de articulares que de gafitas 3D y, de tebeos, ni hablemos. Mis tebeos eran muy poco de Jocker. Y de libros, ni te cuento. Cero Jocker. Total, que no sabía nada del Jocker. Y eso que cultura tenía una cuanta bastante, a mis once años. Pero otra cultura. Esa no. Qué pena, ¿verdad?
En fin. Tampoco me maquillaba para nada más que para hacer mucho el tonto. Lo de embellecerse me costó un tumor cerebral que aún está en proceso y que ya se descubrirá cuando me muera. Me costó pillar ese rollo de maquillaje de cosmética.
Pero sí entendí una cosa: Si te embelleces, no cantes a todo volumen. Pon cara de Mona Lisa. Si puedes. A mi no me sale. En fin, pon la cara que te salga pero
NO
CANTES
COMO CUANDO
TENIAS ONCE AÑOS
POR DIOS TE LO PIDO
Amén.
¿O no tocaba?
Pues perdone usted.
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