8 de febrero de 2018

Ironía, Sarcasmo, Cinismo.

Habrás observado, querido comprador del canal teletienda, que suelo vestir de sedosa ironía muchas de mis entradas.

La ironía, el sarcasmo, el cinismo. Cuántas veces habré echado mano de esas muletas para andar en los terrenos cenagosos de la vida. 

Y sin embargo, necesito que comprendas que no es únicamente por eso, que a veces te trato así de mal. Intentaré explicarme mejor, a ver si nos vamos comprendiendo... que estamos ya en el piso veintiuno de este, nuestro castillo de arena.

Creo que la historia (y en especial, la psicología del siglo diecinueve) han tratado tan mal a este lícito recurso de la expresividad humana —yo entiendo lícito cuando algo es de todos, porque de todos nace en condiciones similares— que al final se ha caricaturizado y convertido en un atributo socialmente negativo y, por tanto, censurable.

"Socialmente negativo" significa que es mejor que te guardes de utilizar ese recurso en público. Y si no te guardas, atente a las consecuencias. Por mi parte creo que esa falta de tiempo que nos caracteriza nos impide demasiadas veces escucharnos con la exactitud y precisión que merecemos.

Generalizando un poco, o filosofando, que siempre viene bien para esponjar el tema, no existe cosa alguna en el universo que sea únicamente buena, o únicamente mala. Y estaremos de acuerdo en que al final, todo lo que existe, resulta necesario de algún modo. 

Te voy a explicar entonces qué tienen de bueno para mí el cinismo, el sarcasmo o la ironía. Que tampoco voy a entrar en distinciones, que de verdad, nos cansan a todos.

Escúchate. Cuando algo te sorprende o sobrecoge de algún modo, como un caracol temeroso retraes parcialmente tus antenas o te proteges de algún modo. Pero te puede la curiosidad: ¿Qué será, será, eso tan misterioso? De modo que no escondes la cabeza. Esa no, esa siempre se queda fuera, y con la boca y los ojos bien abiertos.

A mí, debo confesarlo, como a Pretty Woman, "la mayoría de personas me dejan de piedra". Pero no solamente las personas, sino muchas de las cosas que ocurren a mi alrededor y que consigo cotidianizar con esa sabiduría que otorgan los años. 

Y mira que lo intento, eso de normalizarlo todo. Pero al final... ¡zas! Al final todo me puede.

No hay un solo día en que no necesite abrir mi boca a todo lo que da de sí. Y lo tengo milimétricamente observado: las primeras palabras que consigo decir son siempre con las antenas aún medio retraídas. Y así sale mi ironía. 

Es algo así como "¡Oye, menudo susto me has dado, enséñame eso que llevas!", pero con un puntito más sofisticado si puede ser, ya que en serio espero una respuesta. Y si no te pones medio interesante, nadie te valora. Y cuando no quieres que nadie más sepa que tus cuernecitos están retraídos, porque una cosa es tener instinto vital y otra muy diferente, ser un cobarde, ¿qué hacemos?

Actuamos. Todos lo hacemos, no me digas que no. 

El cinismo, el sarcasmo, la ironía. Qué preciosos disfraces para decirle a alguien "me dejas de piedra" con ese puntito que invita a responder. No somos tontos. La gente lo capta. Y es bonito, invita a abrirse aún a costa de romper una norma o dos.

Las normas son necesarias, no me malinterpretes. Somos muchos y debemos organizarnos de algún modo. Pero en la interacción con nuestros semejantes todos las hemos roto alguna vez. Si no, ¿cómo conseguiste tu primer beso? Déjame que te diga que invadir la distancia de seguridad del otro es, per se, un acto socialmente agresivo. Por si no te acordabas, te lo recuerdo.

Escribir no es tan distinto a relacionarse en sociedad. Tampoco te imagines ahora que tengo cien mil alter egos danzando en mi cabeza en un Mil y Una Noches sin fin, porque para nada es así. 

Pero... ¿ves lo que te digo, de los padres de la psicología moderna? Qué pesados, con sus etiquetas y prototipos.

No, lo que ocurre algunas veces, antes de ponerte a escribir, es que tienes algo así como cien mil preguntas sin resolver, de las interacciones cotidianas que has llevado a cabo durante ese día, mes, año o... a veces incluso vuelves la vista veinte años atrás. En el propio acto de escribir puedes encontrar la respuesta, pero el resultado a sería muy parecido al género epistolar, o al diario intimista. 

No pasa nada, puedes hacerlo si te apetece. Pero hay veces en las que se te antoja trenzar todas esas preguntas o hacer malabarismos con ellas. Total, te has acostumbrado a vivir sin esas respuestas...

El resultado es bastante más difícil de conseguir, claro está, pero como ya entramos de lleno en los misterios de la lírica, ¿qué puedo decirte de lo satisfactorio que resulta?

El cinismo como recurso, por su parte, no tiene fronteras. Lo puedes utilizar en tu diario personal y también, en tu poema más elaborado. Y para mí que evidencia algo que todo artista ya sabe: Que sin nuestra capacidad de asombro, no tendríamos nada que decirle a nadie.

No te enfades pues conmigo, caballero teletienda de la armadura reluciente. Quizás, sencillamente, aún no entiendo qué demonios haces tú aquí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tus comentarios.

Popular