5 de abril de 2018

Cincuenta Sueños en Gris

En el cincuenta aniversario de la muerte de Martin Luther King, posiblemente el pastor baptista más trascendente de nuestro tiempo, me he estado preguntando acerca de las cosas que hacen falta para que se forje un héroe, bien sea para algunos a nivel individual, bien sea de un modo más consensuado socialmente.

Desde la antigüedad han existido personas que han logrado "trascender" su propia muerte al convertirse en iconos de su tiempo y perdurar así, marcando con sus nombres propios los puntos de inflexión de la historia de la humanidad.

Es evidente que el Dr. King es una de esas personas. Aunque también es cierto que el suyo fue un momento histórico muy rico en confluencias y, por tanto, prolífico en iconos de muy variadas razas y creencias.

El apelativo de "héroe" es para mí, todavía un misterio. Por ejemplo, no sé hasta qué punto un héroe debe ser también investido "mártir" en su tiempo para poder aspirar al Olimpo de los Inmortales.

Supongo que el sentido de la palabra ha podido ir cambiando a través de las edades, pero me pregunto hasta qué punto las personas seguimos necesitando del componente "épico" para "sentir" esa punzada irracional de empatía hacia alguien y acomodarlo de ese modo automático en nuestros esquemas de las cosas.

En mi caso en particular, me reconozco bastante carente de "héroes", en el sentido de personas que hayan despertado el lado épico de mis sentimientos, que debo tener hibernando como la Marmota Phil de las Nieves Perpétuas. Y tristemente (o no), esto ha sido así siempre que yo recuerde.

En mi defensa diré que no es lo mismo un icono o un símbolo, que un héroe. El héroe posee un componente épico del cual, necesariamente, se han tenido que desligar los iconos. Y ese componente épico es caprichoso, en cuanto a que depende demasiado del factor "momento".

Creo que el tiempo y el contexto hacen a los héroes, los cuales suelen ser personas bastante comunes, o destacadas dentro de lo común, antes de que llegue ese momento de convergencia especial a sus vidas. 

Compartir ese momento con ellos debe ser algo grande y transformador. Dudo que haya cambiado esa forma de sentirnos especiales al lado de alguien que está brillando, ni con los tiempos, ni con los medios de comunicación, ni con el progreso. Las personas siempre hemos sido personas. Y a veces ocurre que nos encendemos como bombillas y brillamos. Y los que nos ven brillar, se encienden también. Es algo empático, automático, inherente en nuestra cualidad de seres humanos.

No me voy a detener a analizar las causas externas que son capaces de crear héroes, porque creo que cada caso es un mundo. 

Parece sencillo decir que el ser humano se crece ante las dificultades o ante la injusticia y ese tipo de frases facilonas que solemos leer últimamente, pero lo cierto es que también ha habido muchos héroes en la historia, alabados, loados y cantados como el que más, que han aprovechado su "luz súbita" para otro tipo de causas... y tampoco me apetece entrar en diatribas morales ahora, porque lo cierto es que brillaron e hicieron historia como cualquier otro.

Una de las características del héroe es que resulta peligroso para el orden establecido, por lo catártico de su presencia y lo imprevisible del alcance de sus ecos. Y ya no hablemos de los mártires...

Pero sin peligro, tampoco hay épica, ¿no es cierto?

Sin embargo, nuestra sociedad actual (y hablo, cómo no, de los países más desarrollados económicamente) parece estar cansada, asqueada incluso, de experimentar este tipo de zozobras. Es comprensible, a nadie le gusta vivir un momento épico en primera persona y nuestros últimos ejemplos van demasiado cargados de armas y de sus devastadoras consecuencias.

De ese modo, entre todos hemos ido creando un modo de procesar lo que escuchamos y lo que decimos que parece necesitar, cada treinta segundos aproximadamente, de una disculpa, aclaración, rectificación, muletilla consensuada o refuerzo no-verbal, para asegurarnos de no azuzar fuego alguno. Lo llamamos "buenos modales", "empatía", "escucha proactiva", "actitud"...

Todo aquello que no solucionamos con esta fórmula, lo cedemos al modo digital en que se procesa y se nos responde ante todo lo que miramos, escribimos y leemos. Y a esto, lo llamamos "seguridad".

En mi opinión, sufrimos de hiperabundancia de iconos y símbolos de los cuales aprender, o incluso sobre los cuales inspirarnos, pero existe una preocupante carencia de héroes reales en nuestros días. Y entendámonos de una vez: Un héroe es aquél capaz de hacerte saltar las lágrimas con su retórica, en contra de todo tu enorme y desarrollado sentido del ridículo; y también es aquél con el que te sorprendes cantando a voz en grito cualquier tonada que él proponga primero.

Un auténtico héroe es peligroso para el orden establecido, pero también emocionante, aglutinador y revulsivo. Y creo que a estas alturas resultaría estúpido negar la naturaleza gregaria de cualquier ser humano, impresa en nuestra memoria genética desde vete a saber cuándo. Así que a todos nos encanta cuando aparecen y, en caliente, permíteme que te diga cuán difícil resultaría dilucidar si merece o no merece la pena encender tu bombilla con la suya.

Cuando necesitamos héroes y no los hay, muy probablemente por un consenso social de seguridad, tendemos a fabricar sucedáneos. Pero ese ya es otro tema y seguro que a todos se nos ocurren cientos de ejemplos con los que podríamos empapelar nuestras paredes o carpetas... y esto no es del todo cierto tampoco. Porque diría que cada vez somos más los que lloramos ante personas comunes que habitan esos lugares en conflicto y que nos hacen llegar apenas un mensaje de tres minutos a través de nuestras redes sociales. No les llamamos por sus nombres de pila y quizás no logramos retener sus rostros ni sus palabras en nuestra memoria, pero nos hacen conscientes de su realidad y nos llaman a la acción de algún modo. Y a esto, lo llamamos solidaridad... aunque habría algo más que decir, al respecto de la aparente benevolencia de este concepto.

Como sociedad nos hemos acostumbrado a dejar enfriar los temas antes de juzgarlos, valorarlos, ponderarlos y clasificarlos. Pero con héroes como el Dr. King, parece ser que encontramos ciertas dificultades. Y con el manejo de los conflictos, también.

Y es que, ay amigo, cuánto nos parecemos a los lobos a veces... 

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