15 de agosto de 2021

Manda cogollos


Cogollos los hay, qué duda cabe, de toda suerte de especies vegetales. Se entiende cogollo como el arrullo central que eclosiona a su capricho dejando expuestos ciertos tesoros que se formaron en su interior de un modo moléstico, cual granito de arena que se introduce porque sí en una ostra y se acaba convirtiendo en algo inesperado.

No estoy hablando de los bebés de Anne Gedes, ¿a qué cogollo podría molestarle eso? Se trata sin duda de algo mucho más banal, casual y moléstico, un insecto tal vez.

Nadie habla de la durísima batalla que todo buen arrullo sostiene a diario y, sin embargo, no habría más que poner a los variopintos hijos del cogollo en fila India para darse cuenta de que algo totalmente ajeno a la genética ocurre ahí, escondido a la simple vista, custodiado por un capullo vestido de instinto de supervivencia.

Desafiante, ajeno, premeditadamente ocultoso, incordiosamente casual... Resulta caprichoso y maleducado. De modo que como especímen sapiens sapiens, haciendo valer el orgulloso canto de unos intestinos omnívoros y ajenos a cualquier cadena trófica, decido comerme el dichoso cogollito antes de darle tiempo a crear una nueva sorpresa capaz de hacerme sentir admiración.

Todos sabemos que la adminiración abre la puerta de la compasión. De hecho, la admiración habita en la casa de las mil puertas. Pero lo que está no menos claro es que yo algo tengo que comer... Llámame bestia. Me da lo mismo. 

Ñam! Y padentro. 

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