El silencio le arropaba con su frío eco.
Nunca tuvo constancia de haberse tropezado con nadie. Jamás sintió que en su existencia hubiese habido otra cosa, excepto caminar.
Blanco.
Lívido espectral.
Pálido de tránsito eterno.
Nunca tuvo constancia de haber tenido pies. Y, sin embargo, sentía que le abrasaban.
Todo lo veía de color rojo. Bajo su túnica helada, el sendero de fuego cuyo calor le guiaba.
Jamás se preguntó hacia dónde se dirigía.
Poseía un oído absoluto.
A su paso vítores, alaridos, sollozos humanos.
Él sabía distinguirlos. Sonreía. Su tránsito les daba vida.
Orgulloso, caminaba. Siempre adelante.
Y no existió nunca nada, fuera de ese orgullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.