29 de enero de 2018

Todos Derechos

Antes, los periódicos y diarios tenían a bien echar una mano a los futuros talentos de las artes. Quizás porque aún recordaban cómo y por qué fueron creados.

Muchos escritores de la generación que nos precede y también algunos académicos de las lenguas comenzaron su andadura de la mano de la prensa. Solían enviar sus relatos, en su mayoría cuentos cortos o poemas, y algunos incluso conseguían una sección fija. 

—No puedo hacer más por ti. Quizás algún editor se fije en tus cuentos algún día. —Solían decir.

Y sí, algunos se fijaban.

El tema de los ilustradores y caricaturistas quizás fue algo más natural o más fluido, porque lo cierto es que la mayoría de anuncios que adornaban sus páginas eran ilustraciones. En cualquier caso eran otros tiempos, en los que todo estaba por hacer. Entonces estaba bien visto provocar, destruir los viejos cánones para construir el futuro prometido por los arquitectos de la Torre Eiffel.

Ahora, el tic-tac inexorable del "Reloj del Fin del Mundo" nos recuerda, cada vez más a menudo, que aquél sueño nuestro ya pasó a mejor vida.

Quizás por eso y de un modo agorero, oscuro e inexplicable, llegaron los fascículos y los CD's de regalo en la prensa. Tremenda invasión de objetos sin sentido que inundaron los cubos de basura y convirtieron el reciclaje en una necesidad acuciante.

De modo que el siglo XXI entona su cansino "miserere" como un fantasma lento y caduco, a ritmo de blockchain. 

El sector editorial entona aún el "pobre de mí" después de Harry Potter; mientras la prensa escrita vocifera insoportablemente la pérdida de su cuota de mercado. 

Es entonces cuando, desde su inexpugnable fortaleza construida a golpe de talonario, los antiguos pigmaliones colocan ahora a los "sin derechos" en su lugar, a golpe de influencer. Y desde allí, los poetas son tachados de comunistas y los ilustradores, de insurrectos.

Todos los derechos que valía la pena comprar, ya han sido adquiridos, bloqueados y encadenados. Cuántas pataletas de grandes artistas (o de sus familiares) hemos tenido que sufrir, empáticamente (lo cual es mucho sufrir), los que sabemos de dónde salen las cosas del alma.

Cuántos bulos para el descrédito del arte.

Lo que ningún fabricante de cadenas entiende es por qué esos "insoportables niñatos, agitadores, oportunistas gritones" que de repente invaden las redes, o pintan y empapelan paredes y suelos en las calles... o asaltan el sagrado templo de la puntualidad ferroviaria con sus insulsos poemas, cuentos, dibujos y canciones no se dan cuenta de que todo el pescado está vendido ya.

Y sí, lo está.
Y ahora, solamente resta lo obvio: Esperar a que se pudra.





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